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La crónica

  • Writer: MUSAS UDF
    MUSAS UDF
  • Sep 25, 2019
  • 4 min read


Por: Claudia C. Soto Rubio


De viaje a la PROSOC



La semana pasada tuve que asistir a la Procuraduría Social que se encuentra ubicada en la calle de Florida en el centro de la Ciudad de México para realizar un trámite que tiene que ver con la administración de un edificio que me ha sido encomendada, una actividad más de muchas que hago todos los días.

El día que me propuse asistir pensaba que sería un poco peligroso por estar ubicada la cede en el barrio de Tepito, pero finalmente me preparé para ir solamente con un folder repleto de documentos necesarios para el trámite que debía realizar.

Siendo aproximadamente las dos de la tarde, del miércoles 18 de septiembre y después de haber dejado casi terminado mi trabajo administrativo en la institución donde laboro preparé una bolsa con el folder y mi teléfono celular del que me encontraba más preocupada, pues habitamos una ciudad que es tan bella como peligrosa según las noticias amarillistas de todos los días.

Caminé por la calle de Cedro hasta encontrar el eje que conduce hasta la zona ya mencionada, ahí esperé un camión en el que se viaja hasta el aeropuerto de la ciudad, y cuando este llegó lo abordé preguntando al chofer el costo del recorrido, amablemente me respondió que siete pesos y como yo no tenía cambió arrojé por la alcancía una moneda de diez pesos, el costo real de mi viaje debido a que no hay forma de que te regresen cambio. Afortunadamente el transporte tenía lugares disponibles para que me sentara y disfrutara del paseo, primero pasamos por todas las calles representativas de la colonia, la Santa María la Ribera hasta llegar a Buenavista que es un lugar que visito casi a diario y me trae un buen recuerdo de mi niñez, pues me tocó viajar en los trenes que aun existían a finales de los años setentas, en esa ocasión mi expedición trasladarme durante ocho horas de pie entre pollos y borregos a San Miguel de Allende, una experiencia en ese entonces muy desagradable pero ahora me rio pues por haber llegado tarde ya no había lugar. Lo que nunca supe es porque se compraron los boletos en esa clase.

Siguiendo en el camino pasamos por el mercado de la colonia Guerrero, el tradicional Martínez de la Torre donde algunas veces comí birria y mariscos; sin embargo, me sentía inquieta por la fama de que algunos ladrones suben y asaltan al transporte publico por lo que me pasaba observando a las personas que subían y bajaban también tratando de ver algún signo sospechoso. Sin darme cuenta de pronto ya pasábamos por el barrio de la Lagunilla y el mercado de Granaditas además del gran tianguis donde se puede encontrar gran variedad de objetos como ropa, tenis, blancos, alimentos, herramientas, joyería de todo tipo, juguetes y otros artículos que se venden en gran cantidad, ahí también se puede encontrar antigüedades y cosas sospechosas…

De pronto alcancé a leer entre tanto pasajero y a la distancia un letrero con el nombre de la calle de Florida por lo que me levanté del asiento para bajar, ya en la puerta un vendedor de dulces que estaba tratando de hacer su día muy amablemente se ofreció a tocar el timbre mientras gritaba “bajan”. Una vez abajo entre otra multitud nuevamente pero ahora de vendedores y compradores caminaba por la avenida mientras miraba cada uno de los artículos que estaban a la venta mientras pensaba que la próxima que tuviera que realizar otro trámite llevaría dinero para comprarme todo lo que atraía mi mirada, o por lo menos algo de comer pues ese día no lo pude hacer.

Los comerciantes me ofrecían entre la amabilidad y gritos sus productos importados y de buena calidad entre la oferta: “¿que va a llevar güerita? ¡esta garantizado! o ¡es el último que me queda, lléveselo de una vez! Me agrada mucho su jerga que es muy tradicional del barrio lo cual me hace pensar en el cine mexicano. Otras personas me ofrecían productos de marcas reconocidas en tan solo $100.00 lo cual era muy tentador; la mayoría de las personas encargadas de los puestos eran mujeres rodeadas muchas de ellas por sus hijos, lo que me hizo imaginarla como el sustento del hogar y que se encuentran horas bajo la sombra de una lona para ocultarse del sol o la lluvia. Había mujeres de todas las edades, desde niñas hasta ancianas sobreviviendo del comercio.

Entre los puestos encontré unos tenis rosas con pedrería que me gritaban que los comprara, luego una bolsa y mas tarde una blusa, pero cuando me di cuenta estaba frente al edificio de la PROSOC donde finalmente me introduje aun con reserva, pues es un lugar antiguo y grande y por lo tanto frio. Al subir hasta el tercer piso me encontré con la Oficialía de Partes donde la amable Carmelita me dijo que me registrara en la bitácora y ocupara una silla en la sala de espera hasta que me llamaran para realizar el trámite que me fue encomendado.

Los viajes en esta ciudad pueden hacerse en cualquier momento y con un pequeño espacio que te proporcione esparcimiento, distracción y serenidad, además de que también pueden resultar baratos y maravillosos por todo lo que México te puede sorprender, pero no siempre puede resultar de la forma en que yo lo viví, es mejor tratar de viajar acompañado por la precaución, observación y austeridad por si acaso…


Foto: Pixabay.com

 
 
 

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